Acerca de

Vuelve a ti, vuelve a vivir.

Hola, Soy Sara

Con más de diez años de experiencia en acompañamiento personal, trauma y desarrollo humano, mi propósito es ofrecer espacios seguros donde las personas puedan sentirse, comprenderse y transformarse desde la autenticidad y la empatía.

Soy Sara Manzaneque

Me recuerdo desde pequeña siendo una niña muy positiva, en el sentido de que siempre pensaba que al final todo saldría bien. Me recuerdo alegre y motivada, con una especie de don: el de ver el regalo escondido en aquello que sucedía. Pero también me recuerdo como una niña muy intuitiva, que se hacía preguntas profundas: ¿qué sentido tiene la vida?, ¿qué hacemos aquí?, ¿para qué hemos venido? Fui siempre una niña muy sensible, y esa sensibilidad me acompaña también de adulta. Es precisamente esa sensibilidad la que hoy me permite acompañar a otras personas con una mirada respetuosa, empática y muy humana.

No tengo muy claro, a día de hoy, si esta sensibilidad nació conmigo o fue fruto de un sistema nervioso completamente desregulado, hipervigilante. Pero eso no importa. Me considero una persona altamente sensible y no soy de las que discuten si se nace o se hace. Creo que la sensibilidad es un don, un don que me acompaña, pero que he aprendido a trabajar para que no me limite. Me quedo con lo bonito, porque soy capaz de ver belleza en todos los lugares. Y eso me ha llevado también a acompañar a muchas personas altamente sensibles a regularse, a sostenerse emocionalmente, a no desbordarse, a trabajar su sistema nervioso y a transformar su sensibilidad en un superpoder, y no en una limitación.

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Da el primer paso hacia una vida más serena, conectada y auténtica. Estoy aquí para acompañarte.

"tenía que convertirme en esa figura que necesitaba haber tenido, para poder cambiar la historia. "

Resiliente desde la cuna, por muy duras o injustas que fueran las circunstancias —que lo fueron—, nunca encontré la razón para perder la ilusión. Siempre sentí una fuerte convicción de que la vida era un regalo. Un regalo para desenvolver, descubrir y disfrutar.

De mayor, las circunstancias cambiaron. La vida me llevó a tocar el fondo del fondo. Y aunque durante mucho tiempo seguí intentando ver el lado bueno de todo, llegó un momento en el que ya no pude sostener más esa visión. Ahora sé que no todo tiene una parte positiva. Y que se lo digan a quien ha perdido a un hijo, a quien ha vivido abusos, traumas o duelos imposibles de nombrar. Como dice Viktor Frankl, en última instancia, lo único que no se le puede arrebatar a una persona es su actitud frente a lo que vive. Esa frase me ha acompañado. Y ha sido mi ancla muchas veces.

Fui muy resiliente, sí. Pero también fui superviviente de trauma vincular y de un trastorno de estrés postraumático complejo. Vivía desde mis respuestas de supervivencia, en automático, metida en una huida hacia adelante, en el hacer, hacer, hacer… Otras veces me desconectaba, me quedaba paralizada en la indefensión aprendida. He alternado entre la hiperactivación y la hipoactivación del sistema nervioso, no conocía la calma.

La ansiedad y el dolor en el pecho eran habituales. Desconectada del cuerpo. Creía que «yo soy así», como dice tanta gente. Pero no sabía ni quién era.

Y fue después del nacimiento de mi hijo, Alejandro, que todo empezó a removerse por dentro. Recuerdo que la psicóloga que me acompañaba en ese momento me dijo una frase que me dolió profundamente por la forma en que la dijo, pero que con el tiempo pude entender en toda su profundidad: «no se puede dar lo que no se ha recibido.» Y entonces, aunque me dolió, comprendí que tenía que construirme por dentro, que tenía que convertirme en esa figura que necesitaba haber tenido, para poder cambiar la historia. Para no repetir lo mismo. Y eso, sí, sí depende de nosotros.

La ansiedad se volvió insoportable y empecé a buscar. Pero me di cuenta de que no podía seguir buscando afuera, ni en mantras, ni en libros, ni en frases de autoayuda. Me di cuenta de que la positividad tóxica era como echar colonia a la basura.

Tuve que aprender a escuchar todas mis partes rotas. Y caí en una crisis, en un vacío existencial, al no saber quién era. Tuve que atravesar el dolor, la rabia, la tristeza, la soledad… y aprender a regular mi sistema nervioso, crear seguridad, y obviamente hacer terapia, para volver al cuerpo, a sentirme, a habitarme. Empecé a poner límites, a vivir de verdad, elegí vivir, dejé de sobrevivir.

Cómo puedo acompañarte

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Cada proceso es único. Elijo acompañarte desde la autenticidad, sin fórmulas prefabricadas, para que encuentres tu propio modo de vivir.

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Sanar y aprender en comunidad a través de los libros.

"El cuerpo habla lo que la mente calla. El cuerpo lleva la cuenta."

Tengo la palabra vivir tatuada en las venas. Lo hice cuando cumplí 40.

Fueron años después cuando fui consciente de que también soy superviviente del abuso narcisista desde la más tierna infancia. Y de que eso marcó mi manera de vincularme, mi manera de ver el mundo, mi manera de verme a mí. Y aquello me obligó también a reconstruirme desde otro lugar, más real, más profundo. Y ahí llegó la sanación y la integración de mi trauma, de mi niña interior. Ahora sé que no todo es gracias a lo que viví, sino a pesar de mi trabajo personal.

Algunas de las máscaras que construí para sobrevivir fueron el control, la autoexigencia, el síndrome de niña buena, el síndrome de la impostora, etc. Todas eran respuestas al trauma. Pero lo que me ayudó a sobrevivir no me permitía ser quien soy. Y el positivismo no me salió gratis. Ni la resiliencia. Desarrollé enfermedades autoinmunes como Hashimoto, colitis ulcerosa e incluso un tumor benigno de 12 centímetros que me llevó a perder el ovario izquierdo y la trompa izquierda. Porque el cuerpo habla lo que la mente calla. El cuerpo lleva la cuenta. Esa es la memoria somática.

Y no es que ser resiliente fuera algo malo. Pero me di cuenta de que esa resiliencia ya no era tan necesaria. Lo que necesitaba era permitirme parar, sentir y dejar que mi cuerpo expresara todo lo que llevaba años guardando. Porque no era seguro mostrar, porque no era seguro parar, porque no era segura la tristeza, ni sentir el dolor. Y por eso hoy defiendo con firmeza el crecimiento postraumático. Lo que se crea después, cuando atraviesas ese dolor. Cuando al final podemos mirar, sostener, dejar de sobrevivir y pasar al modo vida.

Creo profundamente que todas las personas venimos con una cajita de dones, de recursos, de habilidades que traemos a la vida. Esto lo creo de verdad, desde un lugar muy espiritual. Me considero una persona espiritual, con experiencias de conexión con la vida y con la existencia desde muy pequeña. Pero más allá de herramientas, más allá del discurso de la New Age, creo en la conexión que cada uno tiene consigo mismo.

Acompaño a las personas a coger esa cajita, a ver lo que ya hay, a potenciar sus capacidades internas, a recordar quiénes son. Como me pasó a mí: que no recordaba quién era, que me había olvidado. Y que desde pequeña jugaba a psicoanalizar a mis amigas, que siempre quise ser psicóloga o parapsicóloga. Pero durante años, en la vida, hice lo que otros creían que era lo mejor para mí.

Fue a partir de mis 30 años, cuando nació mi hijo, cuando empecé realmente mi camino de formación y transformación. Desde entonces llevo más de 10 años formándome en desarrollo personal, coaching y autoconocimiento. Estudié coaching corporal, coaching personal, coaching grupal. Me formé como terapeuta de duelo y apego y su relación a través del trabajo de partes. Aprendí herramientas de somática, de meditación, de mindfulness, de PNL.

Y todo esto no es solo teoría. Lo he vivido. Lo he encarnado. Por eso no acompaño desde la mente. Acompaño desde el cuerpo, desde la presencia, desde la escucha. Acompaño a personas que necesitan sostener su proceso, entender lo que les pasa, pero también sentirlo y atravesarlo. Para que el cuerpo no tenga que seguir hablando a través del síntoma o del sufrimiento. Porque si no vivimos de verdad, ¿cómo vamos a sanar de verdad?

Creo que la mayoría de los seres humanos estamos viviendo en una especie de congelación funcional. Desconectados de lo que somos, de lo que fuimos, de nuestra propia historia. Viviendo desde nuestras defensas. Y eso nos impide sanar. Por eso acompaño a personas que quieren sanar con valentía, sabiendo que la valentía pasa por el coste de mirar su historia de verdad. Sin forzar el perdón. Sin atajos. Sin recetas rápidas. Porque la sanación es lenta, es sentida, es dolorosa. Y pasa por el cuerpo, creando seguridad.

Presencia

Estar aquí y ahora, acompañando con atención plena y autenticidad.

Humildad

Reconocer que el camino es de aprendizaje constante y que no tengo todas las respuestas.

Honestidad

Ser sincera conmigo misma y con quienes acompaño, mostrando la verdad sin adornos.

Profundidad

Acompañar desde la raíz, más allá de la superficie, buscando un cambio real y transformador.

Calidez

Ofrecer un espacio seguro, tierno y acogedor donde sentirse acompañado.

Respeto

Valorar la historia, el ritmo y la forma única de cada persona sin juzgar ni presionar.

Datos de contacto

TLFN: 645 651 455

EMAIL: manzanequesara@gmail.com

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